4 de octubre de 2014

Laura Alcoba: El azul de las abejas


Laura Alcoba en la presentación de su libro en La Plata
Son las siete de la tarde del viernes 19 de septiembre y mientras conversa en un patio interno del Centro Cultural Atahualpa con una mujer bajita y de pelo rizado Laura Alcoba espera para presentar, por cuarta vez en cuatro días, su última novela El azul de las abejas (Editorial Edhasa). En esta oportunidad la cita es en La Plata, ciudad en la que vivió hasta los diez años y que pintó en su primer libro La casa de los conejos, en donde desde la mirada de una niña cuenta cómo fue vivir durante los años 1975 y 1976 en la casa que hoy se conoce como Mariani-Teruggi.


Esta novela, tal como lo afirmó durante la presentación Silvia Hopenhayn, puede pensarse como parte de una trilogía precedida por La casa de los conejos y Los pasajeros del Anna C., en donde Alcoba recrea la militancia de sus padres, sus recuerdos en la capital bonaerense y finalmente su exilio en París para reunirse con su madre. Es así que la historia comienza donde había terminado su primera novela: una niña que vive con sus abuelos, que visita a su padre que está preso y que estudia francés porque le han dicho que pronto deberá viajar a París. A partir de allí ese nuevo idioma que tiene vocales que se escriben pero no se dicen le fascina, quizá también por esa posibilidad de visibilizar y sentir a los que no están. Un idioma que, a diferencia del español, no había que callar y por eso Laura afirma que no sabe si La casa de los conejos precede a El azul de las abejas, o si es al revés, porque sin el francés no se podía contar nada, pero sin el pasado tampoco había exilio. Y en las cartas que van y vienen entre Francia y Argentina, esas que intercambia con su padre, está también el rol del arte, de la literatura como creadora de mundos en donde estos dos personajes, a través de lecturas simultáneas de un mismo libro, se encuentran, dialogan, son, a pesar de la distancia, padre e hija. 

Con una narración que no se despega en ningún momento de la visión de una niña (situación que Laura ya había demostrado que podía resolver con maestría en La casa de los conejos) la historia también habla de la esperanza, del deshacer y recomenzar si es necesario y de siempre encontrar las flores azules en el lodo. Ella la define como una historia de exilios, de lengua y de color, donde el cuerpo que cambia está muy presente y donde ese acento argentino que tanto la incomoda, porque todo chico quiere ser como el resto, puede ser también ese recuerdo del silencio, del dolor, del miedo. El azul de las abejas es la búsqueda de una niña que necesita encontrar el modo y el vehículo para contar su historia y, tal como ella afirma, lo hace en francés entre otras cosas, como una forma de agradecerle a ese país y a ese idioma todo lo que les han brindado. 
Qué manera más hermosa de decir gracias.