25 de julio de 2016

Relecturas: Maria Gripe


Creo que tenía unos doce años y que estábamos con mi papá en Buenos Aires. Tengo alguna imagen un poco borrosa de la librería -una mesa pequeña en la sección Infantil-Juvenil y algunas sillitas rojas de esas con tablitas de madera- pero nada (NADA) del momento en el que me encontré -si es que fui yo- con Los escarabajos vuelan al atardecer. Lo siguiente que recuerdo es que antes de conseguir un taxi para volver al hotel yo ya había empezado a leerlo. Si me duró una semana fue mucho. 
La novela tenía las dosis justas de todo lo que me gustaba: protagonistas cercanos en edad e intereses, una casa antigua de esas que en cada rincón guardan una historia (en este caso una que se remontaba hasta el siglo XVIII) y un partido de ajedrez. La autora, Maria Gripe, una sueca nacida en 1923, era para mí, hasta ese momento, absolutamente desconocida.
Por esos años yo era asidua visitante de una librería que ya no existe más. La dueña ya me conocía y cuando me veía entrar sabía que iba a estar un buen rato, así que me preparaba café con leche, me daba masitas y me recomendaba libros. Fue ahí, escondido en una estantería, que apareció Agnes Cecilia, la historia de Nora, una niña que ha perdido a sus padres y que al mudarse con sus tíos comienza a percibir algunos fenómenos extraños: pasos enigmáticos, llamadas telefónicas de desconocidos y un reloj que solamente funciona hacia atrás. Suficiente. Me lo llevo.

Ahora ya había leído dos libros de la misma autora y podía sacar algunas conclusiones: sus personajes eran sensibles y podían percibir aquello que, a pesar del tiempo, permanece: en una casa antigua, en una habitación cerrada, en el vacío que queda entre dos personas cuando las relaciones se cortan. En las novelas siempre había misterio, de ese que se teje en las familias y que se esconde en las fotos y en las cartas. Y como si esto no alcanzara, estaba Estocolmo, con sus inviernos helados. 
Al año siguiente llegó La sombra sobre el banco de piedra y la desesperación cuando me enteré que era una trilogía y que ninguna de las librerías que yo conocía tenía las dos novelas que me faltaban. Me quedé con las ganas de saber más de Berta, de si finalmente su familia decidió instalar o no la electricidad en la casa (la historia está situada en 1911) y cuáles eran las circunstancias que rodeaban a Carolin, la nueva criada.
Este año las volví a leer y me atrevo a decir que las disfruté tanto como la primera vez: Gripe me llevó en sus libros a Suecia y, lo más importante, me llevó otra vez a mis once años. 

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