17 de diciembre de 2016

Mariana Enríquez: Las cosas que perdimos en el fuego

Mariana Enríquez tiene una capacidad que podría llamarse espeluznante. Y es que en pocas líneas, con oraciones cortas e incisivas, es capaz de convertir en terrorífica la más común de las situaciones. Su último libro de cuentos, Las cosas que perdimos en el fuego, es un compendio de historias que narran cómo lo cotidiano, lo de todos los días, puede convertirse en la peor de las pesadillas. Y es eso, justamente, lo que genera el horror y, al mismo tiempo, la necesidad de seguir leyendo, de conocer qué hay detrás de la puerta de la cotidianeidad. Eso sí, si la abrimos, no hay vuelta atrás.
La periodista Leila Guerriero definió a estos cuentos como “un jadeo de agua negra” y es quizá esa jota, con su sonido rasposo, como de serrucho, la que termine de darle a la descripción su sentido último. Cuerpos que aparecen, desaparecen, barrios que se convierten por la noche y que muestran cómo al lado, en el zaguán de nuestra casa o en la esquina del bar, está lo otro, lo que no sospechamos, lo que nos negamos a ver. 

Mención aparte merecen los personajes construidos por Enríquez, quien sale a la calle a buscarlos, a delinearlos con el objetivo, probablemente, de que luego seamos nosotros capaces de reconocerlos. Si te he visto, en este caso, sí me acuerdo. Y es más, aunque veamos en ellos a otro, al diferente, lo terrible sobreviene cuando nos vemos nosotros, cuando nos damos cuenta que tenemos adentro algo de cada uno de ellos.
Adentrarse en este mundo no es para cualquiera. Hay que saber soportar los gritos y la culpa, porque nosotros también estamos ahí metidos, generando todo eso que nos atormenta. Si pudiéramos con ello, faltaría todavía un poco más: cerrar el libro, apagar la luz y dormir sin sobresaltos.
Once historias que valen la pena. Once historias que mezclan el terror –ese que nos atrae, que nos impide dejar de leer– con la rutina, con eso que somos cuando salimos de las páginas de la historia. Si lo hubiera sabido antes, de todas maneras, no habría dejado de leerlo. 

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